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El Gran Hermano islámico

La mejor manera de salvar el planeta para la próxima generación es que no haya una próxima generación.

Desde que la cosa esta de internet entró en mi vida, paso la primera hora de cada mañana intentando averiguar si hay algún correo genuino entre las toneladas de basura electrónica recibidas durante la noche. Este me parecía evidentemente falso: una nota de prensa anunciando un nuevo reality show televisivo en el que varios no musulmanes viven según la sharia.

Pero claro, resultó que era cierto. Grabado en Harrogate, una de las ciudades menos musulmanas de Yorkshire, el programa se emitirá en el Canal 4 de Gran Bretaña y presentará a varios infieles intentando vivir como un musulmán durante tres semanas. No es tan fácil como parece. Un participante, al serle ofrecida una patata cocida al horno fría al final de su ayuno, se levantó de un salto camino del pub en busca de una pinta de cerveza y una empanada de cerdo. «Ese incidente no estaba planeado en absoluto – declaró al Guardian el productor Narinder Minhas –, y la escena en la tienda de ropa con Suliman, uno de los mentores, y Lucas, el peluquero gay, es una de mis favoritas.»

¿Lucas, el peluquero gay? Sí, Minhas ha seleccionado una muestra científicamente representativa de los infieles de principios del siglo XXI: un peluquero homosexual, una «modelo de pasarela» con afición a fotografiar sus pechos, un taxista ateo con afición al porno, etc. Evidentemente, Harrogate ha cambiado un poco desde la amable ciudad balneario que era cuando hace algunos años tomé allí el té con pastas. En cualquier caso, el estilista homosexual y el taxista del porno y compañía tienen que vivir sin cerdo, alcohol, lencería provocativa o sexo fuera del matrimonio. Lo cual elimina casi todos los pilares sobre los que se sostiene el estilo de vida infiel de Yorkshire.

Minhas, que ya había producido antes Iglesia en crisis y Escuela india de etiqueta, afirma que el Canal 4 y él querían que el nuevo reality fuera «divertido». «Estábamos algo cansados – explicaba con cansancio – de ver a tíos con barba de aspecto amenazador.» En realidad, ¿quién de nosotros no se ha encontrado luchando en vano con el enésimo imán incendiario exhortando a los fieles a corear una vez más aquello de «Muerte al Gran Satán»? La publicidad del programa no deja claro qué sucede si uno se encuentra con que las tres semanas de sharia son demasiadas. ¿Eres expulsado de la casa? ¿O decapitado dentro de ella? Todo parece como de sharia-light, el equivalente islámico al budismo de Richard Gere.

Un día o dos más tarde me desperté con un correo electrónico que me informaba de que una profesora británica se enfrentaba a 40 latigazos y acusaciones de blasfemia en Sudán por haber sido lo bastante descuidada como para permitir que sus alumnos pusieran el nombre de «Mahoma» al osito de peluche de la clase. Desconozco qué sura en concreto se ocupa de la nomenclatura de los ositos de juguete, pero aparentemente es algo delicado. No puedes evitar pensar que Lucas, el peluquero homosexual, tendría una sesión Aprenda sharia en un día mucho más animada si el programa se grabara en Jartum.

Mientras tanto, lejos del reality televisivo, la realidad se abre camino implacablemente. En Pakistán, el terrorista suicida que mató a 170 personas en la concentración de recibimiento a Benazir Bhutto fue, según la policía, un niño de un año enrolado involuntariamente por su yihadista padre. Bhutto habría visto al chico y hecho señales al padre para hacerse una fotografía besando al niño, pero alguien se interpuso y su cortejo pasó de largo, afortunadamente para ella. En Occidente no somos demasiados los que haríamos detonar a nuestros bebés, y si lo hiciéramos, acabaríamos pronto con las existencias. Decía en mi libro que los progres demográficamente agotados de Europa habían adoptado de facto la misma estrategia que la secta de los tembladores del siglo XIX, que tenían prohibido reproducirse, y por tanto no podían incrementar su número más que mediante la conversión. Resultado: no hay muchos tembladores vivos. En el momento en que lo escribí, hace año y medio, lo concebí como un chiste fácil a expensas de las tasas de fertilidad europeas. Después de todo, sería absurdo sugerir que a los progres se les invita formalmente a renunciar al creced y multiplicaos.

Pero me recuerda a un consejo que me dio un veterano del espectáculo: la manera más fácil de ganar un millón de pavos es coger tu chiste favorito y convertirlo en realidad. Mi pequeño chiste de los tembladores ha sido acogido con ilusión por el movimiento ecologista, que se ha dado prisa en llevarlo a la práctica: en palabras del titular del Daily Mail, «conozca a las mujeres que no tendrán hijos porque no es respetuoso con el medio ambiente». La mejor manera de salvar el planeta para la próxima generación es que no haya una próxima generación. Así que Toni y Sarah, en el momento álgido de sus años de fertilidad, decidieron cada una por su cuenta ligarse las trompas para «proteger el planeta». Como explicaba Toni, «cada persona que nace consume más comida, más agua, más tierra, más combustibles fósiles, más árboles y produce más basura, más polución y más gases de efecto invernadero, además de sumarse al problema de la superpoblación». Nosotros somos la contaminación, y la esterilización es la solución. Es el reality definitivo: una temporada de Supervivientes en la que todo el mundo es nominado para salir de la isla.

Toni y Sarah creen estar salvando el planeta para los osos polares de Al Gore, y el búho con manchas, y el perezoso silvestre de tres dedos, y el loro de mejillas verdes. En realidad lo están salvando para las culturas cuyo mujerío no se liga las trompas. El 40% de los niños en los parvularios londinenses hablan en casa una lengua distinta del inglés. No importa lo frenéticamente que Toni, Sarah y todas sus amigas se esterilicen: Inglaterra está cada vez más poblada.

La cultura que construyó el mundo moderno está jugando a Supervivientes con las civilizaciones. Desgraciadamente, la sharia no es un programa televisivo. Entre otras cosas, porque no se retira nunca de antena.

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